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Hola, soy Emilio. Gracias por tu tiempo.

Si tuviera que resumir mi vida en una frase, diría que siempre me ha fascinado el punto exacto en el que las historias humanas y la tecnología chocan para transformarse mutuamente. Mi viaje hasta llegar a esta idea, sin embargo, ha sido de todo menos una línea recta. No empecé mi carrera en un aula ni en un laboratorio digital, sino en el mundo de los trenes, como zapador ferroviario en Renfe. Fue más de una década en un sector de hierro, horarios fijos y una realidad muy tangible, un trabajo que me enseñó el valor del esfuerzo físico, la camaradería y la importancia de que las cosas, simplemente, funcionen.

Esa perspectiva, tan anclada en lo material, es quizás la razón por la que, años más tarde, sentí una curiosidad casi urgente por entender la revolución invisible que estaba naciendo: la era digital. Veía cómo el mundo se conectaba de formas nuevas, cómo el trabajo y las relaciones empezaban a desdibujar sus fronteras físicas, y sentí que tenía que entenderlo desde dentro.

Esa necesidad me llevó de vuelta a los libros y, finalmente, a la universidad. Primero como alumno y, desde hace ya muchos años, como profesor en la Universitat Jaume I. Este entorno se ha convertido en mi verdadero hogar intelectual, un lugar desde el que he podido canalizar mi curiosidad en tres grandes pasiones que, aunque parezcan distintas, para mí están profundamente conectadas.

Los videojuegos: más allá de la pantalla

Mi interés por los videojuegos nunca ha sido solo el de un jugador. Siempre los he visto como una de las formas de arte y comunicación más complejas y potentes de nuestro tiempo. Son arquitectura, son guion, son música, son interacción; son mundos enteros donde se pueden contar historias de una manera que ningún otro medio permite. Por eso, me sentí en la obligación de defender su lugar en el mundo académico. Uno de los momentos más gratificantes de mi carrera fue, sin duda, ayudar a poner en marcha el primer Grado en Diseño y Desarrollo de Videojuegos en una universidad pública española. Fue un camino lleno de desafíos, pero sentíamos que era fundamental dar a este sector la entidad y el rigor que merecía.

Hoy, mi investigación va un paso más allá. A través de proyectos como Planeta Debug, que tuve el honor de coordinar con el apoyo de la Fundación Daniel y Nina Carasso, exploramos cómo los videojuegos pueden ser herramientas para el cambio social. Nos preguntamos: ¿podemos usar las mecánicas de un juego para que la gente entienda mejor la complejidad de la crisis climática? ¿Podemos crear experiencias interactivas que fomenten la empatía y la conciencia ambiental? Estoy convencido de que la respuesta es un rotundo sí.

El futuro del trabajo: buscando el equilibrio

Mi experiencia en el mundo industrial me dio una base muy sólida para analizar cómo ha cambiado el trabajo. Llevo casi veinte años dándole vueltas a esta transformación, mucho antes de que el teletrabajo se convirtiera en la norma para muchos. Mi tesis doctoral, allá por 2003, ya trataba sobre el "trabajador distante". Me interesaba entender qué significaba trabajar sin compartir un espacio físico, qué lazos se perdían y cuáles se creaban.

Con los años, mi enfoque se ha vuelto más crítico. En mi libro más reciente, "Tu tiempo es tuyo, no te autoexplotes", abordo una de las grandes paradojas de nuestro tiempo: cómo la flexibilidad que nos da la tecnología puede convertirse en una trampa, una invitación a estar permanentemente conectados y a autoexplotarnos sin que nadie nos lo pida. Mi objetivo no es demonizar la tecnología, sino todo lo contrario: entender sus reglas para poder usarla a nuestro favor, para que nos ayude a tener vidas más plenas y equilibradas, no más estresadas y fragmentadas.

 Y entre estas cosas y otras muchas, intento en el podcast Carnedebit reflexionar y recoger  también las impresiones de muchas personas sabias que trabajan en nuestra sociedad para que el mundo digital nos ayude a vivir mejor.

Explorando los retos de la inteligencia artificial

De forma muy orgánica a mis intereses en estas últimas décadas me he adentrado en el laberinto que supone la llegada atropellada de la inteligencia artificial generativa. Esa síntesis entre un supersubconsciente colectivo combinado con todo el saber de la humanidad e integrado en los procesos informáticos más poderosos es el artefacto más seductor que cabría imaginar. Por ello estoy experimentando a todos los niveles intentando cabalgar esta ola tan brutal. Tanto en el terreno creativo, como en el de procesos productivo y muchos otros mi inmersión en este ámbito sigue buscando tocar fondo, estando aún muy lejos de conseguirlo. Intento compartir los resultados de mis indagaciones tanto en mi podcast Carne de Bit, como en mi docencia cotidiana y especial. (https://bit.ly/4mQvM1f) Por cierto, en diciembre impartiré un curso en la UJI sobre creación de proyectos creativos apoyados en la IA.


La necesidad de contar historias

Por encima de todo, soy un contador de historias. Es el hilo que conecta todo lo que hago. A veces, esa historia toma la forma de un ensayo académico; otras, la de una novela histórica como "El rapto de Cuba: 1898". Pero donde más disfruto últimamente es en la frontera, en los lugares donde la palabra y la tecnología se cruzan de formas inesperadas.

Mi último proyecto, "Eternidad para principiantes", es un buen ejemplo. Es un libro que contiene cien videopoemas, cada uno ilustrado con imágenes creadas a través de inteligencia artificial. Fue un experimento fascinante: yo escribía el poema y luego dialogaba con la IA para que tradujera esas palabras en imágenes. Para mí, esto no es un reemplazo de la creatividad humana, sino una nueva forma de colaboración, un camino que apenas empezamos a explorar y que redefine lo que significa ser artista en el siglo XXI.

Con los pies en la tierra

Cuando necesito desconectar de las pantallas y las ideas, hago algo muy simple: correr. Pero con un pequeño matiz: corro descalzo. Lo que empezó como un experimento se ha convertido en una parte fundamental de mi vida y en una fuente inagotable de lecciones. Correr descalzo me obliga a estar presente, a sentir el terreno, a prestar atención. Me ha enseñado sobre disciplina, resiliencia y sobre la increíble capacidad de adaptación de nuestro cuerpo. Puedes seguir esta aventura en la web Correvivir.

Esta pasión me llevó a un reto personal que plasmé en el libro "El reto descalzo: 13 maratones en un año". No lo hice por un afán competitivo, sino como una forma de exploración personal. Y, de algún modo, simboliza mi filosofía de vida: no importa lo lejos que lleguemos con la tecnología y el pensamiento abstracto, al final todo consiste en mantener los pies en el suelo, en no perder el contacto con lo real.

Así que este soy yo: un profesor, un investigador, un escritor, un corredor. Un eterno curioso que empezó en el mundo de los trenes y que hoy intenta trazar un mapa del complejo territorio digital en el que vivimos.

Gracias por acompañarme en este pequeño recorrido.








Más información sobre mis actividades en: http://emiliosaezsoro.blogspot.com/



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